23 noviembre 2006

TRASTADAS

Una vez, cuando era más bajita y contaba con unos cuantos años menos, metí la cabeza entre los barrotes de un barandao que recorría la escalera del bloque donde vivíamos.
Es una de esas cosas que aprendes para toda la vida aunque sólo hayas tenido una única experiencia. Es como la primera vez en tu vida que pruebas a rascarte la cabeza con la cuchara del Cola-Cao. No vuelves a repetir la operación pero te acuerdas del olor el resto de tu vida.
En aquella ocasión, en la escalera, tenía que probar qué pasaba y claro está, se quedó la cabeza encasquetada.
Lo cierto es que en aquella época era lo más parecido a un pez martillo, que el noventa por ciento de su organismo es cartílago concentrado en la nariz y en las orejas (esto no es mío).
Fueron muchos los esfuerzos que mi madre y un par de vecinas hacían por desastascarme. Unas sujetaban una parte de mi cuerpo para que no cayera al hueco de escalera desde el cuarto piso y otras me untaban la cabeza con aceite, jabón, mantequilla y otros muchos ungüentos para no arrancarme las orejas en el tirón.
Pero la operación se complicó hasta tal punto, que tuvieron que avisar a un cuarto vecino para doblar los barrotes.
Por suerte conservo las dos orejas. Lo único que siento es que, en aquella época del pleistoceno, no había móviles con cámara y no tengo ninguna foto de aquella cabeza aceitosa y enjabonada al mismo tiempo. Seguro que hubiera sido la foto de mi vida. Al menos mucho más divertida que la de la primera comunión. Pero ese capítulo os lo contaré otro día.
La maru.


1 comentario:

burbu dijo...

Rascarse la cabeza con la cucharita del cola cao??? Tu, tu, tu... eres mu rara.

Yo, bueno mi memoria de pez, no recuerda ahora mismo ninguna trastada de cuando era pequeña. De mayor mayor en cambio me vienen unas cuantas a la cabeza...