No busquéis más. Los tengo yo.
A esas horas, el frío subía desde el río y París se me presentaba imponente a la par que algo siniestra.
Llegué al centro Pompidou con su estrafalaria arquitectura, contemplé la verja y sólo tuve que forzar el candado que la cerraba para acceder al recinto del Museo de Arte Moderno. La ausencia de turistas a aquellas horas me dio el empujón para atreverme a proceder al interior con toda la discreción que necesitaba. Saqué un pequeño mazo que utilizaba para fijar las tiendas de acampada y rompí el cristal que me daría paso al interior del edificio. Como esperaba, las alarmas de seguridad seguían sin funcionar, tal y como oí comentar a uno de los vigilantes el día anterior.
Conocía perfectamente la localización de la cámara de seguridad y no había forma de sortearla, si bien, ese escollo no iba a impedir que llevara a buen término mis planes.
Sólo tenía que subir al segundo piso y allí, en una única sala, tendría las cinco joyas con las que cualquier coleccionista soñaría. Sacar los marcos de cada uno de ellos no me llevó más de 12 minutos. Enrollé los lienzos para enfundarlos cuidadosamente en el soporte que llevaba en la mochila y salí de allí…
Paseé por la calle hasta llegar al coche, que había aparcado esa mañana a conciencia detrás del museo, y tomé rumbo a casa. Cuatro cafés y doce horas después, estaba de regreso. Lo primero que hice, fue extender las obras en el lugar elegido para su protección mientras estuvieran en mi poder. Aparté las mochilas, la nevera del camping y detrás de la puerta del trastero, deposité el Picasso, La mujer con Abanico, el Braque, La pastoral y Naturaleza muerta. Tenía ante mí el botín del Siglo.
P.d: Qué diréis…yo cuento las noticias como me gustarían que fueran. jajaja
Desde niña me han apasionado las historias de ladrones de obras de arte. Quizás en otra vida…