Así es cómo ví Addis cuando llegué, hace dos años. Está escrito un poco raro y en algunas cosas he cambiado ya de opinión, pero me sigue pareciendo un retrato bastante fiel:
Cuando llegué a Addis Abeba corría el año 2004. La ciudad y sus habitantes se dividían según las etiquetas: amaras, oromos, tigrinos... y frenjis. No me resultó difícil adivinar a qué grupo pertenecía yo, aún cuando "frenji" es una palabra que jamás te enseñarán en un curso de amárico, pero que todos los extranjeros conocen.
En pleno auge del voluntariado y el heroicismo laico, la ciudad hervía de italianos, americanos y otras hierbas que, en la mayoría de los casos, llegaban para pasar dos o tres meses viendo pobres y haciendo fotos de pobres que luego mostrarían a sus amigos ricos. Los abeshá les dejaban hacer y posaban con sus andrajos, sus piojos y sus blancas sonrisas destinadas a padres adoptivos a distancia, donadores, financiadores y esponsorizadores varios en países varios y lejanos. Los abeshá, además, acudían a esas clases que normalmente se daban antes de dar cualquier tipo de comida, para aprender de los frenjis cosas tan útiles como flauta, italiano o danzas tradicionales irlandesas.
Una al llegar se sentía como esa gente que en la adolescencia va a Londres con el mítico grupo de Barcelona y luego vuelve hablando un mítico catalán del Rabal y ni papa de inglés. Así, en Addis Abeba, los frenjis aprendíamos a hablar italiano porque los italianos querían ser africanos pero no querían hablar inglés.
Los frenjis, básicamente, se dividían en dos tipos: los que cobraban un sueldo y los que no. Normalmente los que cobraban un sueldo -normalmente astronómico- trabajaban en algún organismo internacional y/o extranjero y se consideraban más africanos que los demás frenjis porque trabajaban en el sentido legal de la palabra. Los otros, los sin salario, normalmente eran voluntarios que no hubieran reunido ni en sueños los requisitos para trabajar en un organismo internacional y se consideraban más africanos porque ellos trabajaban propiamente "para el África". Con estos últimos, la verdad sea dicha, había que tener cuidado. Etiopía estaba repleta de gente como unas maracas. ¿Por qué? Porque normalmente, a la gente que está como una gaita le suele parecer que le falta algo -lo que el resto de la gente llama "talento" y que ellos llaman "destino"- y se pasan la vida buscando. Y, oye, no veas la de gente que, buscando, buscando, se planta en África. Y, al parecer, y a pesar de que Etiopía no se parece en nada al resto de África, les parecía que no hay nada más africano que vivir allí, y allí que se quedaban, buscando y buscando.
Lo de sentirse "africano" era un sentimiento como muy extendido. Los frenjis llegaban, se buscaban cocinera, seveñá, baby sitter y chófer, se compraban una cafetera "de las típicas que se usan en todas las casas etíopes, no de las que se hacen para el turismo" para poner al lado de la cafetera express y, después de chamuscarse los dedos en una ceremonia ridícula del café, decían "nosotros es que nos consideramos tremendamente africanos". Y se quedaban con su cocinera, su seveñá, su baby sitter y su chófer, con los que siempre tenían una relación "estupenda" porque les dejaban comerse lo que sobraba en las fiestas.
Los frenjis compraban en Novis, en Fantu o en Bambis. "Ahora se encuentra de todo, no como hace unos años", decían, para dar a entender que "hace unos años" ya estaban allí. Sus niños eran esos que, frenjis o abeshás, se rascaban sin cesar el culo porque los pañales que se encontraban eran aquellos que en Italia nadie quería precisamente porque daban un picor de morirse. Y a los pobres niños frenjis se les metían las pulgas en esos malditos pañales, y allí iban, rascándose los huevillos todo el día.
La gran mayoría de los frenjis, con salario o sin él, habían llegado a Etiopía para "ayudar" y/o para "evangelizar". La gran mayoría de los frenjis, con salario o sin él, no sabían, o no querían saber, que los abeshá no querían su educación ni su religión. Los abeshá querían su comida, sus ropas y, sobre todo, los abeshá querían su dinero. Los abeshá tenían suerte, porque se daba la circunstancia de que Etiopía estaba llena de congregaciones minúsculas de sisters y de minúsculas ONGs en busca de proyectos "de desarrollo y promoción". Las sisters eran como las moscas en Addis Abeba: a fuerza de verlas, llegabas a un cierto punto en el que ni siquiera te dabas cuenta de si estaban o no. Pero sí, estaban, de la Madre Teresa, Combonianas, Gasparino, del Corazón Redentor, de los Siete Clavos, de los Nueve Candados, Descalzas, Calzadas, Medical... No había una >ongregación en el mundo mundial que no tuviera, al menos, una misión en Etiopía.
Los frenjis en Etiopía, cuando querían dejar de sentirse africanos, se comían uno de los Mentos que se compraban en el Fantu, que estaban revenidos porque los abeshá no se los comían por miedo a perder los dientes en el ímpetu de partir en dos aquel Mentos que era como una piedra de moler. A los frenjis les encantaban los Mentos, y decían "saben igual que los de la Italia". En España, desde luego, tienen una textura mucho más suave.
Los frenjis, al final, estábamos más perdidos que un pulpo en un garaje. Y los abeshá nos miraban, se reían, nos decían "I love you", cogían nuestro dinero y aprendían a pedir, al tiempo que nos daban con la puerta en las narices de su idioma incomprensible. Los frenjis, al final, estábamos más solos que la una.
Frenji: En amárico, extranjero
Abeshá: En amárico, abisinio. Término que engloba a todos los habitantes de Etiopía.
Seveñá: Guardián.
Novis, Fantu, Bambis: Supermercados de Addis Abeba, la mayoría de capital italiano.
PD Kaktus