No hace mucho mi madre me soltó un palabrejo, que igual hacía 20 años que no lo había oído. Fue un flash back. Y es que antes, la gente hablaba muy raro. Por no decir que las cosas se llamaban de otra manera. Y, generalmente, cuando recuerdo cosas de la infancia lo hago utilizando aquellos nombres.
Por ejemplo, me estoy acordando de una vez que mi hermano de 7 años estaba en el pasillo de casa, toreando con un toalla, a un animal que sólo veía él y, de repente, se abrió la cabeza con el taquillón de la entrada. –¿Mi hermano? Bien, gracias– A lo que iba, aquel mueble era lo mejor del mundo, a pesar de la estética de la época. Tenía tres cajones en la parte superior donde cabía de todo. Tornillos perdidos, duplicados de llaves, pañuelos de tela, hebillas, … En el centro tenía una puerta donde guardábamos los cepillos, los trapos y el betún para limpiar los zapatos, además de algún destornillador y un martillo. Siempre vivió con nosotros y nos era muy práctico.
Pero no fue “taquillón” la palabra que dijo. ¿Cuál era?
Mi abuela también utilizaba cada palabra que…, vete a saber qué era exactamente lo que te estaba pidiendo que le trajeras y dónde se suponía que debías encontrarlo. Y es que decía unas cosas aquella mujer…Una vez me dijo:”trae la saya que está en la poltrona y métela en el sinfonier”. Como entenderéis, fue ella misma la que tuvo que hacerlo. Así no había forma de llevar a cabo las órdenes. Con lo fácil que es decir “mete la falda, que está en el sillón de mimbre, en la cómoda”.
Ya os podéis imaginar cómo te miraban en la universidad como se te escapara algún palabrejo de estos.
“Saya”, “sinfonier”… ¿pero, qué es lo que dijo?.
Las casas eran de otra manera. Eran pisos al igual que hoy, pero había un montón de cosas que ahora sólo encontrarías en el rastrillo del mueble.
Las camas eran barrocas, con cabeceros enormes, por lo general, de barrotes. Y los colchones de lana reposaban, sobre jergones de muelles, situados a varios metros por encima del suelo y, escondían debajo,, el típico orinal de porcelana blanca. (Me he pasado, vale. Pero, eran altísimas aquellas camas. Y aún así, los críos dormían sin valla de protección.)
Existían interruptores que colgaban de los cabeceros en forma de pera, lo que les dio su nombre. Más de uno murió electrocutado al ir a encender la luz con ese chisme. Un cortocircuito en aquellas casas sin diferenciador, podía propinarte una buena descarga eléctrica.
Para el verano se utilizaban los botijos de barro para mantener el agua fresca y se bebía en porrón. A mí una vez me ofrecieron beber de un botijo de seis caños, y claro, me puse de agua hasta arriba. Qué graciosos. Después de dos intentos podían haberme dicho cual era el chorrillo por el que salía.
“Jergón”, “botijo”…
Ya sé lo que dijo. “Tinaja”. Dijo que se iba a traer una tinaja del pueblo para utilizarla de macetero. Mi abuela siempre tenía varias tinajas, ahora en desuso, llenas de agua limpia, por el “por si acaso”. Que yo pensé, no será mucho tiesto para una planta tan pequeña… En fin, mi madre sabrá.
Qué montón de palabras oxidadas.
Si os animáis…seguro que hay muchas más.