LIFE IN PLASTIC, IT’S FANTASTIC
Ayer me fui de shopping. A la una del mediodía, con el sol cayendo a plomo en esta periferia de capital africana, nos marchamos al mercado del barrio, yo y la catalan girl. Como dos reinas.
El mercado del barrio, obviamente y dado que el barrio no es propiamente un barrio sino una acumulación de chavolas sin orden ni concierto, tampoco es propiamente un mercado. Son puestos distribuidos un poco al azar por todo el barrio, en mitad de las calles pedregosas, compuestos por una especie de alfombra de plástico, cuatro palos y un toldo de plástico. Encima del plástico del suelo se pone la mercancía. Bragas con brillos dorados, mantas con flecos de lentejuelas, libros de texto descatalogados hace diez años, monos de esquí para niños de meses, relojes con la cara de Bin Laden, camisetas del Barsa, cinturones del Madrid... en fin, lo típico de un país africano.
Cuando llevas ya un tiempo viviendo aquí, el gusto como que se te altera, o se entierra o, simplemente, desaparece. Y así estaba yo, en mitad de la nada polvorienta, admirada de la vida, que me costaba cerrar la boca de lo bonito que me parecía todo.
Lo mejor de irte a un mercado africano es comprobar que la mitad de las cosas que se venden son “Made in China”. Obviamente, lo que se fabrica en China con destino a la exportación a países del Primer Mundo es radicalmente diferente de lo que fabrican los mismos chinos para países como en el que yo vivo. Eso sí, toda la mercancía china es colorida coloridísima, en África y en Europa. Bueno, aquí como que no se cortan tanto con el dorado. He descubierto que me encanta todo lo chino. Lo encuentro súper kitch.
Lo que más me gustó, aparte de la ropa interior con más puntillas que un huevo frito, fueron los puestos de plásticos, donde venden cubos, fiambreras, termos, ánforas (de plástico), orinales, zapatos... Me fascina el plástico. Siempre me ha fascinado. Lo que más me gusta de los Todo a Cien son los infinitos tipos de fiambreras. Y las jarras para el agua. Y los cubos de fregona. No sé, cuando veo acumulaciones de objetos de plástico, siempre me acuerdo de cómo mi abuela rememoraba con lágrimas en los ojos el primer vaso de plástico que tuvo. Ya entonces, siendo yo una niña, sentía una fuerte empatía hacia mi abuela, no por el hecho de ser familia, que también, sino porque sabía apreciar el decisivo paso adelante que el descubrimiento del plástico supuso para la humanidad. Creo que es una de las veces que más he querido a mi abuela, mientras nos contaba la historia de cuando le regalaron un vaso de plástico por su cumpleaños. Bueno, y el cariño alcanzaba cotas de idolatría cuando mi abuela abría el aparador y mostraba a la sorprendida concurrencia el mismo idéntico vaso de plástico, que todavía guardaba y donde le daba de comer a los gatos. Alucina.
Con el tiempo, mi abuela se ha modernizado un montón, y ahora en vez de al plástico, adora las fuentes esas de cristal que se pueden meter lo mismo en el horno que en el microondas. El progreso es así de despiadado.
Volviendo a ayer, concretamente, en este mercado, me compré un balde de plástico con forma de flor para duchar a mis niños. Monísimo. Si me preguntaran qué me llevaría a una isla desierta, respondería sin dudar “un cubo de plástico”. No sé, me da como seguridad tener un cubo de plástico. Puedes guardar infinidad de cosas. Puedes usarlo cuando te quedas sin agua... Desde hace dos años y medio yo tengo un cubo de plástico en mi habitación. Y me es súper útil.
Ayer también me compré unos zapatos (plastic made, of course). Bueno, unas chanclas. Violetas. Tienen como un edelweiss dibujado en el empeine. Cuando llegué a casa me las puse hasta la hora de dormir. Problema: me hacen rozadura. Estoy esperando a que se me cicatricen los empeines para volvérmelas a poner. Me encantan. De pequeña en el cole nos enseñaban una poesía que empezaba así “Madre, yo quiero ser de oro”. Pues yo, ni de oro ni de marfil, que quiero ser de plástico. Made in China, eso sí.
El mercado del barrio, obviamente y dado que el barrio no es propiamente un barrio sino una acumulación de chavolas sin orden ni concierto, tampoco es propiamente un mercado. Son puestos distribuidos un poco al azar por todo el barrio, en mitad de las calles pedregosas, compuestos por una especie de alfombra de plástico, cuatro palos y un toldo de plástico. Encima del plástico del suelo se pone la mercancía. Bragas con brillos dorados, mantas con flecos de lentejuelas, libros de texto descatalogados hace diez años, monos de esquí para niños de meses, relojes con la cara de Bin Laden, camisetas del Barsa, cinturones del Madrid... en fin, lo típico de un país africano.
Cuando llevas ya un tiempo viviendo aquí, el gusto como que se te altera, o se entierra o, simplemente, desaparece. Y así estaba yo, en mitad de la nada polvorienta, admirada de la vida, que me costaba cerrar la boca de lo bonito que me parecía todo.
Lo mejor de irte a un mercado africano es comprobar que la mitad de las cosas que se venden son “Made in China”. Obviamente, lo que se fabrica en China con destino a la exportación a países del Primer Mundo es radicalmente diferente de lo que fabrican los mismos chinos para países como en el que yo vivo. Eso sí, toda la mercancía china es colorida coloridísima, en África y en Europa. Bueno, aquí como que no se cortan tanto con el dorado. He descubierto que me encanta todo lo chino. Lo encuentro súper kitch.
Lo que más me gustó, aparte de la ropa interior con más puntillas que un huevo frito, fueron los puestos de plásticos, donde venden cubos, fiambreras, termos, ánforas (de plástico), orinales, zapatos... Me fascina el plástico. Siempre me ha fascinado. Lo que más me gusta de los Todo a Cien son los infinitos tipos de fiambreras. Y las jarras para el agua. Y los cubos de fregona. No sé, cuando veo acumulaciones de objetos de plástico, siempre me acuerdo de cómo mi abuela rememoraba con lágrimas en los ojos el primer vaso de plástico que tuvo. Ya entonces, siendo yo una niña, sentía una fuerte empatía hacia mi abuela, no por el hecho de ser familia, que también, sino porque sabía apreciar el decisivo paso adelante que el descubrimiento del plástico supuso para la humanidad. Creo que es una de las veces que más he querido a mi abuela, mientras nos contaba la historia de cuando le regalaron un vaso de plástico por su cumpleaños. Bueno, y el cariño alcanzaba cotas de idolatría cuando mi abuela abría el aparador y mostraba a la sorprendida concurrencia el mismo idéntico vaso de plástico, que todavía guardaba y donde le daba de comer a los gatos. Alucina.
Con el tiempo, mi abuela se ha modernizado un montón, y ahora en vez de al plástico, adora las fuentes esas de cristal que se pueden meter lo mismo en el horno que en el microondas. El progreso es así de despiadado.
Volviendo a ayer, concretamente, en este mercado, me compré un balde de plástico con forma de flor para duchar a mis niños. Monísimo. Si me preguntaran qué me llevaría a una isla desierta, respondería sin dudar “un cubo de plástico”. No sé, me da como seguridad tener un cubo de plástico. Puedes guardar infinidad de cosas. Puedes usarlo cuando te quedas sin agua... Desde hace dos años y medio yo tengo un cubo de plástico en mi habitación. Y me es súper útil.
Ayer también me compré unos zapatos (plastic made, of course). Bueno, unas chanclas. Violetas. Tienen como un edelweiss dibujado en el empeine. Cuando llegué a casa me las puse hasta la hora de dormir. Problema: me hacen rozadura. Estoy esperando a que se me cicatricen los empeines para volvérmelas a poner. Me encantan. De pequeña en el cole nos enseñaban una poesía que empezaba así “Madre, yo quiero ser de oro”. Pues yo, ni de oro ni de marfil, que quiero ser de plástico. Made in China, eso sí.
2 comentarios:
Cari,
tu ten cuidao con el plastic que aparte de las rozaduras vas a acabar con los pies lleno de hongos. Y ya sabes, a comprarte la pamela de plastic que hay bodorrio para el verano
bsins
Estás sembrada, guapa.
Ya tenía ganas de leer crónicas tuyas así de divertidas que últimamente nos tenías abandonadas. No lo dejes y cuentanos más cosas de esas que nadie percibe pero que, como utilísimas que son, ahí están para que se las aprecie. Dí que sí.
Besos.
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