RECORDANDO OTROS TIEMPOS II
Los adultos a cualquier cosa llamamos problemas. Pero, realmente, la infancia sí que era una época delicada y conflictiva. Y es que de niños te caía una bronca por menos de nada. Teníamos más libertad ya que hacíamos lo que nos daba la gana. Siempre que estuviéramos en casa de los abuelos, claro. En cambio, ahora mi abuela ya no me deja. Claro que vive con mi madre y a ella tampoco le dejan hacer nada.
Que no querías comerte las borrajas, pues no te las comías. Ahora sí, la bronca que te caía era monumental. Allí estaba tu madre con la vena del cuello hinchada, tu hermano pequeño llorando a la par que vomitando la comida y un tercero gritando, aunque nunca supimos por qué puesto que a él sí le gustaban las verduras.
Y así un día tras otro, por cualquier cosa.
Una vez la bronca me la llevé yo por llegar tarde a cenar. Resulta que pasábamos los veranos en el pueblo y yo, que a los seis años era una niña muy sociable e independiente, me fui a jugar con otras niñas a las comiditas. Y tan concentradas estábamos en uno mezclar mal los condimentos que se nos hicieron las once de la noche y no nos dimos cuenta de la hora que era, ni del hambre que teníamos. ¿Qué niño pequeño llevaba reloj el siglo pasado?
A lo que iba, cuando llegué a casa, después de terminar de amasar bien el barro con los hierbajos, era ya noche cerrada. Mi madre lloraba, mi padre se había vuelto loco y gritaba como tal, mi abuela me abrazaba a la vez que me propinaba cachetes en el culo… Una odisea. Yo no sabía qué hacer ni qué decir. No tenía claro si se alegraban de verme o se enfadaban porque había vuelto a casa. Y todo acabó con un “a la cama sin cenar, así otro día llegaras pronto a casa”. Ya ves tu que repercusión tuvo para el resto de mi vida aquella reprimenda. Ahora procuro siempre llegar pronto a desayunar, no sea qué…
Esas sí que eran broncas.
Claro que las que se liaban gordas era cuando mi hermano el mediano se perdía. Daba igual donde estuviéramos o con quien. El era Houdini. Desaparecía sin ser visto.
Una vez se perdió en plena campaña de Navidad en el Alcampo. Estaba todo el hipermercado rebosando de niños y de juguetes. Familias enteras deambulaban por aquellos pasillos interminables y de repente, dónde está Rubén? (por decir un nombre).
En ese momento de mi vida descubrí la megafonía. Aquella pobre señorita uniformada con su nombre colgando del pecho no hacía nada más que repetir el nombre de mi hermano por el altavoz. Mi madre angustiada decía: Y si se lo ha llevado alguien? No veáis qué preocupación. Y aquella tipa venga a anunciar el nombre y la descripción de mi hermano a los cuatro vientos. Yo desaprobaba la medida de emergencia adoptada porque ahora que ya lo conocía todo el mundo seguro que alguien le veía y se lo llevaba, pidiendo el consecuente rescate que mi modesta familia nunca podría pagar. Uf! Qué mal rato. Pero al final, alguien lo encontró jugando dentro de una de las miles de estanterías del pasillo de juguetes. (Sí, ya sé que no había tantas estanterías pero cuando eres pequeño las magnitudes se engrandecen). Así que nos lo devolvieron. Años más tarde descubrimos por qué. Menudo trasto de chaval. Este pobre sí que se llevaba broncas por todo. Además de por desaparecer, por las notas, por romper todo aquello que caía en sus manos, por desobedecer a las autoridades… Qué bonico mi hermano.
Que no querías comerte las borrajas, pues no te las comías. Ahora sí, la bronca que te caía era monumental. Allí estaba tu madre con la vena del cuello hinchada, tu hermano pequeño llorando a la par que vomitando la comida y un tercero gritando, aunque nunca supimos por qué puesto que a él sí le gustaban las verduras.
Y así un día tras otro, por cualquier cosa.
Una vez la bronca me la llevé yo por llegar tarde a cenar. Resulta que pasábamos los veranos en el pueblo y yo, que a los seis años era una niña muy sociable e independiente, me fui a jugar con otras niñas a las comiditas. Y tan concentradas estábamos en uno mezclar mal los condimentos que se nos hicieron las once de la noche y no nos dimos cuenta de la hora que era, ni del hambre que teníamos. ¿Qué niño pequeño llevaba reloj el siglo pasado?
A lo que iba, cuando llegué a casa, después de terminar de amasar bien el barro con los hierbajos, era ya noche cerrada. Mi madre lloraba, mi padre se había vuelto loco y gritaba como tal, mi abuela me abrazaba a la vez que me propinaba cachetes en el culo… Una odisea. Yo no sabía qué hacer ni qué decir. No tenía claro si se alegraban de verme o se enfadaban porque había vuelto a casa. Y todo acabó con un “a la cama sin cenar, así otro día llegaras pronto a casa”. Ya ves tu que repercusión tuvo para el resto de mi vida aquella reprimenda. Ahora procuro siempre llegar pronto a desayunar, no sea qué…
Esas sí que eran broncas.
Claro que las que se liaban gordas era cuando mi hermano el mediano se perdía. Daba igual donde estuviéramos o con quien. El era Houdini. Desaparecía sin ser visto.
Una vez se perdió en plena campaña de Navidad en el Alcampo. Estaba todo el hipermercado rebosando de niños y de juguetes. Familias enteras deambulaban por aquellos pasillos interminables y de repente, dónde está Rubén? (por decir un nombre).
En ese momento de mi vida descubrí la megafonía. Aquella pobre señorita uniformada con su nombre colgando del pecho no hacía nada más que repetir el nombre de mi hermano por el altavoz. Mi madre angustiada decía: Y si se lo ha llevado alguien? No veáis qué preocupación. Y aquella tipa venga a anunciar el nombre y la descripción de mi hermano a los cuatro vientos. Yo desaprobaba la medida de emergencia adoptada porque ahora que ya lo conocía todo el mundo seguro que alguien le veía y se lo llevaba, pidiendo el consecuente rescate que mi modesta familia nunca podría pagar. Uf! Qué mal rato. Pero al final, alguien lo encontró jugando dentro de una de las miles de estanterías del pasillo de juguetes. (Sí, ya sé que no había tantas estanterías pero cuando eres pequeño las magnitudes se engrandecen). Así que nos lo devolvieron. Años más tarde descubrimos por qué. Menudo trasto de chaval. Este pobre sí que se llevaba broncas por todo. Además de por desaparecer, por las notas, por romper todo aquello que caía en sus manos, por desobedecer a las autoridades… Qué bonico mi hermano.
10 comentarios:
Maru sigue asi.....estoy ya esperando la III parte..
Vaya! carburo veo que no sólo a mí me gustan estas historietas, jajaja. Tengo más así que dame tiempo.
OK espero. De momento veo que haces bien 2 cosas..las historietas y segun dicen las croquetas..jejeje
Jajaja!
Maru, qué bueno!!! Mejor aún que la primera entrega... Me he echado unas risas que para qué!
Besicossssss glam
Gatita lola me alegro de que la gente se ría, claro que sí, que ya estamos a miércoles y hay que ir animándose.
Me ha encantado, sobretodo lo de que ahora procuras siempre llegar pronto a desayunar...
¿Para cuando has dicho la próxima entrega?
La vida era exáctamente así.
Y la culpa de lo nuestro es de la sociedad, que nos confunde.
Muy bueno, Maru.
Dina, ya sabes que el desayuno es la comida más importante del día (quien dice desayunar dice almorzar).
Hombrerevenido yo así lo viví. Es más, la próxima vez que nazca espero que me críen igual. Gracias.
La rision no he de decir mas
Karlos no hay que decir nada. Con que nos riámos recordándolo ya es más que suficiente.
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