RECORDANDO OTROS TIEMPOS I
Mi abuelo era un hombre pequeño, de pelo ralo y muy cabezota. Vamos que, era terco como una mula.
Un día se murió, aunque si hubiera sido por él seguro que se hubiera muerto tres o cuatro veces más. Lo que más le gustaba en esta vida era la reiteración. Repetir sin descanso sus andanzas de la mili, de la guerra, … Por no hablar de la comida. Repetía plato hasta cuando no le gustaba lo que había para comer. Más majo mi abuelo.
No hablaba mucho pero cuando se arrancaba no tenía fin. Una Noche Buena nos vimos obligados a dormir en su casa porque se entusiasmó con el cava y sus historias, y nadie se atrevía a interrumpirle.
A lo que iba, el pobre un buen día se sentó en su sillón de mimbre preferido, le pidió a mi abuela un brebaje que solía beber “para calentar la sangre”, según decía, y allí se quedó. El conocido ponche consistía en leche caliente, yema de huevo y coñac. Ahí no es nada. Yo no creo que mi abuela abusara de alguno de los ingredientes y ese fuera el detonante del suceso. Más bien opino que le llegó su hora.
El sepelio de mi abuelo no fue muy triste. Tenía 82 años y todo el mundo opinaba que había vivido muy sano toda su vida y que morir así era un placer deseable por todos.
Yo creo que mi abuelo no hubiera pensado lo mismo si le hubieran preguntado. Él seguramente hubiera preferido estar en el funeral para poder relatar el hecho a cada momento que se le presentara.
Pobrecillo mi abuelo.
Al final se optó por su incineración. Y aunque a mí me pareció la práctica muy acertada, mi abuela no pensó lo mismo. De hecho vivió aterrorizada el resto de su vida ante la idea de ser incinerada. Por más que le decíamos que cumpliríamos sus últimas voluntades ella siempre terminaba la conversación con un: A mí no me quemaréis! Y te daba una cosa oírla que te erizaba los pelillos de la nuca.
La incineración es necesaria en estos tiempos de superpoblación.
Lo que no era necesario fue lo que hicieron luego. Ni era necesario ni legal.
Un día de reunión familiar, rememorábamos a mi abuelo fallecido meses antes. Mi tío contaba lo mucho que le gustaba al yayo caminar por la sierra. Siempre llegaba a casa cargando palos, piedras o bichejos, todos lo recordábamos así. Y entre risas y algún que otro llanto se les ocurrió la idea. Acordaron depositar las cenizas en aquel monte que tanto gustaba a mi abuelo. Bueno dijeron “depositar” por que había niños sentados a la mesa, porque en realidad lo que hicieron fue tirarlas por ahí.
No veáis que sarao. Prepararon toda una expedición con víveres para tres días, para subir a dicho paraje con mi abuelo. Bueno, con sus cenizas.
Que si hacemos un ternasco asado a la leña, que si pasa la bota de vino, que si nos hemos olvidado el postre en casa…
Yo qué queréis que os diga, vi excesivo el banquete para tal evento, pero estaban todos pasándolo tan bien.
Y a la caída del sol, “allí lo esparcieron”. Que esto no lo digo yo por expresarlo de alguna forma, es que ellos lo cuentan tal cual, en los rellanos de la escalera.
A mí esto ya no me gustó tanto. Qué es eso de ir abandonando seres humanos a capricho del viento. Sólo de pensarlo me entra un no sé qué. Que se levanta un poco de aire cuando vas de campo y se te mete un tío de Albacete en el ojo.
Pues ya veis qué familia. Aunque ha habido otros momentos memorables en que fueron también muy peculiares pero eso os lo contaré otro día.
Un día se murió, aunque si hubiera sido por él seguro que se hubiera muerto tres o cuatro veces más. Lo que más le gustaba en esta vida era la reiteración. Repetir sin descanso sus andanzas de la mili, de la guerra, … Por no hablar de la comida. Repetía plato hasta cuando no le gustaba lo que había para comer. Más majo mi abuelo.
No hablaba mucho pero cuando se arrancaba no tenía fin. Una Noche Buena nos vimos obligados a dormir en su casa porque se entusiasmó con el cava y sus historias, y nadie se atrevía a interrumpirle.
A lo que iba, el pobre un buen día se sentó en su sillón de mimbre preferido, le pidió a mi abuela un brebaje que solía beber “para calentar la sangre”, según decía, y allí se quedó. El conocido ponche consistía en leche caliente, yema de huevo y coñac. Ahí no es nada. Yo no creo que mi abuela abusara de alguno de los ingredientes y ese fuera el detonante del suceso. Más bien opino que le llegó su hora.
El sepelio de mi abuelo no fue muy triste. Tenía 82 años y todo el mundo opinaba que había vivido muy sano toda su vida y que morir así era un placer deseable por todos.
Yo creo que mi abuelo no hubiera pensado lo mismo si le hubieran preguntado. Él seguramente hubiera preferido estar en el funeral para poder relatar el hecho a cada momento que se le presentara.
Pobrecillo mi abuelo.
Al final se optó por su incineración. Y aunque a mí me pareció la práctica muy acertada, mi abuela no pensó lo mismo. De hecho vivió aterrorizada el resto de su vida ante la idea de ser incinerada. Por más que le decíamos que cumpliríamos sus últimas voluntades ella siempre terminaba la conversación con un: A mí no me quemaréis! Y te daba una cosa oírla que te erizaba los pelillos de la nuca.
La incineración es necesaria en estos tiempos de superpoblación.
Lo que no era necesario fue lo que hicieron luego. Ni era necesario ni legal.
Un día de reunión familiar, rememorábamos a mi abuelo fallecido meses antes. Mi tío contaba lo mucho que le gustaba al yayo caminar por la sierra. Siempre llegaba a casa cargando palos, piedras o bichejos, todos lo recordábamos así. Y entre risas y algún que otro llanto se les ocurrió la idea. Acordaron depositar las cenizas en aquel monte que tanto gustaba a mi abuelo. Bueno dijeron “depositar” por que había niños sentados a la mesa, porque en realidad lo que hicieron fue tirarlas por ahí.
No veáis que sarao. Prepararon toda una expedición con víveres para tres días, para subir a dicho paraje con mi abuelo. Bueno, con sus cenizas.
Que si hacemos un ternasco asado a la leña, que si pasa la bota de vino, que si nos hemos olvidado el postre en casa…
Yo qué queréis que os diga, vi excesivo el banquete para tal evento, pero estaban todos pasándolo tan bien.
Y a la caída del sol, “allí lo esparcieron”. Que esto no lo digo yo por expresarlo de alguna forma, es que ellos lo cuentan tal cual, en los rellanos de la escalera.
A mí esto ya no me gustó tanto. Qué es eso de ir abandonando seres humanos a capricho del viento. Sólo de pensarlo me entra un no sé qué. Que se levanta un poco de aire cuando vas de campo y se te mete un tío de Albacete en el ojo.
Pues ya veis qué familia. Aunque ha habido otros momentos memorables en que fueron también muy peculiares pero eso os lo contaré otro día.
13 comentarios:
Maru, pos no sé que quieres que te diga... a mi me parece genial que "celebraséis" el ritual funerario del abuelo con comilona campestre y esparciérais su cenizas por el monte... siendo prácticos, para qué quiere uno tener un nicho que deben pagar de por vida los familiares supervivientes o tener las cenizas encima del televisor? esta última opción sí que me da más yuyu! El día que yo falte espero que me incineren, que tiren mis cenizas por ahí y que se corran una buena juerga. Tristezas las justas!
Por cierto, qué grandes son los abuelos!!
Las cenizas hay que depositarlas bajo un arbol para que se unan hombre y arbol, y si es un frutal mejor qque mejor, nunca sabras a quien te puedes comer
Me ha gustado mucho.
No sólo lo que has contado sino como lo has contado.
Ahora tú eres mi Picante favorita.
Maru, puesto a celebrar cualquier ocasión es buena... Yo fui a un funeral a SanSe y acabamos to Dios, en una sidreria, con una castaña del 315... (del funeral directos a la sidreria) tenian que hacer los honores a los forasteros, jejeje... Ansiosa estoy por tener otro funeral alli...
Pequeña Silvi, estoy de acuerdo contigo, tristezas las mínimas.
Karlos, lo de enterrarlas cerca de un arbol me parece una idea estupenda sobre todo si es una de esas especies milenarias.
Peibols me alegro que te haya gustado. Mola contar las cosas con voz infantil y en clave de humor, no?
Dina si me ocurre algo, Dior no lo quiera, iros de borrachera por favor, y tomaros un Gintonic a mi salud, os lo agradeceré y descansaré más tranquila por toda la eternidad.
MARU, muy emotivo, me ha gustado mucho y me ha hecho acordarme de mi yaya, la madre de mi madre, la única que he conocido, así que por eso es más especial aún.
Y aprovecho la ocasión para que mi voluntad se cumpla. Y yo tb quiero que me incineren, y luego que me dejen en mi mausoleo particular, que es mi baño, que para eso lo he dejao tan bien preparado, es que el baño es mi estancia favorita de la casa, y lo hecho de forma que cuando me dejen allí mi espíritu se sienta de lo más cómodo. Es lo que tiene ser rarita.
Qué gran historia. Con lo que a mí me gustan las historias reales, con humor, con emoción y con estampas costumbristas.
Queremos más.
delcar, no creo que seas rarita, un tanto previsora sí.
Hombrerevenido, me alegro que te guste. Alguna que otra historia tengo en mi desordenada cabeza, las buscaré y las contaré.
Pues en alusión al comentario de Dina os informo que por aqui más al noroeste...ya se ha abierto desde febrero la temporada de los funerales.. (digo de las sidrerias)asi que me tendre que escapar a Usurbil, Hernani, etc... a darle al chuleton y a la sidra al canto del "txox" y rezar unos responsos.
Maru, me ha gustado mucho la historia también espero más de este estilo..
Carburo prometo ser buena y escribir más historietas. Por cierto, qué suerte no? Chuleton regado con sidra. Siempre hay gente que se lo sabe montar bien.
Ni que esteis tan lejos.... como para pasar un fin de semana encerradas en una sidreria del Pais Vasco dale que te pego al chuleton, a la sidra, al queso con membrillo y nueces y si me apuras al "Patxi"... jejeje...
Carburo mira que tomaremos la palabra y nos tendrás que acoger! Ahora eso sí, somos muy majetas, eh!
Maru: Si traes croquetas ¡¡¡¡
Publicar un comentario