18 noviembre 2006

En el Limbo

Esta noche he tenido uno de esos sueños angustiosos en los que te quieres despertar, y sueñas que te despiertas, pero sabes que estás dormida. En el sueño en cuestión, no teníamos agua en toda la misión y una de nuestras niñas se moría. Cuando me he despertado, me he dado cuenta de que no era una pesadilla. Era simplemente un resumen de la semana.

Se nos ha roto la bomba que sube el agua del pozo en el mismo momento en que las autoridades del barrio han decidido construir no sé qué coño y dejar sin agua por varios días a más de cien mil personas. Por supuesto, sin previo aviso. Hace ya tres semanas que no me ducho con el agua cayéndome desde más arriba de la cabeza. Os comunico que, si no se aclaran bien, hay partes del cuerpo que pican. Y no quiero concretar. Los niños los tenemos que enviar a casa siempre después de comer, porque sólo tenemos agua para darles de beber dos veces al día. La ducha de las susodichas bestias, por supuesto, olvidada hasta nuevo aviso. Los parásitos cutáneos y demás hongos están viviendo su agosto entre nosotros. Ya tengo dos niños con tifus, fruto de esta linda escasez general de agua. Los que tienen conjuntivitis crónica no se pueden ni lavar la cara. Los de las infecciones (también crónicas) en los oídos, que normalmente limpio todos los días, no es que tengan la infección, es que el pus les cuela desde la oreja hasta la barbilla. Una alegría...

El miércoles, como de nuevo enviamos a los niños antes a casa, alegres que somos, aprovechamos para irnos de funeral. Una de nuestras niñas se durmió el martes por la noche y ya no se despertó más. Parece que influyó el hecho de que sus padres le untaran la cabeza con DDT para matar los piojos que tenía. Los piojos no lo sé, pero la niña... Como os digo, dormida se quedó. Ocho años.

Se llamaba Ayalech, que quiere decir “ha visto”. En teoría, sería que ha visto a Dios. En la práctica, creo que le tocaron más miserias que otra cosa. Como decía Caye en “Princesas”, lo peor no es que no haya nada después de la muerte. Lo peor sería que hubiera otra vida. Y que fuera igual que ésta.

A mí en el catecismo me enseñaron todavía que había un limbo (que luego dijo Jhon Paul que no era verdad, pero bueno), al que iban los niños sin bautizar. Ya de pequeña, me parecía que tenía que ser un sitio precioso, con tantos niños jugando. Yo espero que nuestra Ayalech esté allí, en ese limbo, con el jersey lleno de agujeros que llevó cada día el último año y con los zapatos que le di la semana pasada (al menos estaba equipada para el viaje). Probablemente se haya quedado alucinada del bonito funeral que la misma familia que la había querido abandonar dos veces le preparó. A mí, cuando fui, me vinieron las lágrimas, pero de la rabia. Rabia por la ignorancia y la pobreza, que no es que hagan la vida más difícil, es que no dejan vivir. Qué mundo éste (y el nuestro también) que mata a sus niños, aunque sea sin querer. Qué bonito será morir hacia ese limbo de niños sin Dios, o tal vez con un Dios que reservó ese lugar para aquellos que, sin creer en él, fueron estrellas fugaces en un mundo necesitado de Luz.

A veces la risa, las bromas, se nos pierden por el camino. Nos queda la esperanza. El Limbo.


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